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¿Por qué la cara oculta de la Luna no tiene ‘mares’?
Desde que la sonda soviética Luna 3 reveló en 1959 el aspecto de la cara oculta de la Luna, es uno de los grandes enigmas que esconde nuestro satélite . ¿Por qué el hemisferio lunar más alejado de la Tierra no posee las características manchas oscuras de la cara visible, más conocidas como mares? Tras muchos años de estudio se supo una respuesta: la corteza lunar es mucho más gruesa en la cara oculta y, puesto que los mares de la cara visible se formaron por acción de la lava basáltica que cubrió las cuencas de impacto, la lava nunca pudo alcanzar la superficie en el otro hemisferio. Vale, pero esta respuesta es insuficiente, porque no nos aclara por qué la corteza lunar es más gruesa en la cara oculta.
Hasta la fecha se han propuesto numerosas teorías para explicar esta dicotomía, algunas de ellas ciertamente exóticas. Por ejemplo, se ha sugerido que la propia Luna podía haber tenido una subluna a su alrededor cuyos efectos de marea habrían influido en el espesor de la corteza. También se ha propuesto que los enormes impactos que crearon el Mare Procellarum y la cuenca del polo Sur-Aitken pudieron influir en esta diferencia. O que, por algún mecanismo aún por aclarar, la cara oculta recibió menos impactos que la visible.
Una teoría más reciente apela sin embargo a la Tierra para explicar el misterio del espesor de la corteza. Como todos hemos visto en numerosos documentales, la Luna se formó probablemente como resultado del impacto de un enorme cuerpo del tamaño de Marte, denominado Theia, contra la prototierra. El caso es que la Luna primigenia orbitaba mucho más cerca de nuestro planeta que en la actualidad, por lo que la temperatura de nuestro planeta quizás jugó un papel muy relevante en su formación. Y es que justo tras el impacto que dio a luz a nuestro satélite, la Tierra alcanzó una temperatura superficial de 8000 K, para enfriarse hasta los 2500 K en un periodo de unos mil años. Si la Luna se formó muy cerca de la Tierra, sufrió el acoplamiento de marea desde el primer momento. Es decir, ya entonces mostraba el mismo hemisferio hacia nosotros (aunque sabemos que el eje de la Luna ha variado ligeramente desde entonces).
El proceso de acreción de la Luna fue muy rápido, de entre uno y cien años. El gradiente térmico originado por la radiación emitida por la Tierra incandescente habría influido en los procesos de acreción y posterior formación de la protoatmósfera y la corteza lunar. La Luna, al ser más pequeña, se habría enfriado mucho más rápidamente que nuestro planeta. Por lo tanto, la cara oculta, a salvo del calor terrestre, habría sido capaz de desarrollar una corteza más gruesa que la del lado visible (se cree que el 80% de la corteza lunar se solidificó entre mil y diez mil años después del Gran Impacto, cuando la Tierra aún radiaba profusamente).
La presencia de la Tierra también habría contribuido a que la cara oculta tuviese una composición ligeramente distinta, ya que algunas sustancias se condensarían primero en ese hemisferio. De ahí que se sugiera que la cara oculta debe contener una mayor cantidad de óxido de calcio y trióxido de dialuminio, entre otros compuestos y minerales. Sin embargo, nadie ha analizado jamás de forma directa la superficie de la cara oculta. No es de extrañar que una de las misiones prioritarias para los científicos planetarios sea una sonda de recogida de muestras de este misterioso hemisferio. En definitiva, si queremos averiguar si esta hipótesis es cierta o no, algún día tendremos que pisar la cara oculta de la Luna.
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